viernes, 11 de enero de 2013

El padre Alberto era un hombre devoto

     El cadáver llevaba veinticuatro horas ya escondido en el baúl de ratán al fondo de la habitación, desnudo de la cintura para abajo y la cabeza rota de un golpe. Sor Inés llevaba casi el mismo tiempo expurgándose las manos, catatónica, le supuraban los pellejos y el olor a jabón de gardenias contrarrestaba el joven olor a descomposición que ahora amenazaba con delatarla. En el baúl, junto con el cadáver, una cruz de plata pesada, llena de sangre. El padre Alberto era un hombre devoto. Un hombre devoto a Sor Inés, por la fuerza y sin sus hábitos. Hace veinticuatro horas se oyó caer la cruz de plata y el olor a gardenias invade ahora el convento entero. 

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