Un doblez, piel embolsada que corona
cada ojo que en el sol dicen ser mas claros. Vestidos de faldas largas que
bailan la bomba que mis piernas desconocen. Salpicada en pecas, mas arriba, un
par de cejas desiguales y mas abajo, una nariz que apunta hacia el tercer ojo.
Adornada, resplandece de un lado bajo la luz artificial. De cuatro labios, solo
dos veras a simple vista, maltratados por la ansiedad, masticados por dientes
tiznados de nicotina. Vuelta redonda, retazos encorvados, caramelizados por el
mismo sol, juegan a esconder una mirada que se disfraza de coqueta buscando
esconder la rabia. Pasando el cuello, deslizándote por el torso, obviando los
dos labios restantes, dignos en toda mujer de admiración, mis muslos. Arañados
por el tiempo y la dura autocritica, andan siempre en roce constante uno con el
otro, como queriendo probar ser mas, ser siempre. Agrietados de sombra blanca,
gris, al tacto carne blanda, como de ternera. Marcados por lunares, cicatrices,
tinta, tolerables manifestaciones; mas pinceladas verdes y vino vivo los
recorren, palpitando, mientras la sangre fluye bajo tan fino caparazón. Mis
muslos, prisión de inseguridades, dan la bienvenida a quien es bien venido,
asfixian al intruso, juegan a sacudirse, estos muslos.
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